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lunes, 4 de noviembre de 2013

Dar vida al padre



Tiempo de vida
Marcos Giralt Torrente
Editorial Anagrama, Barcelona, 2011.
208 páginas.
ISBN 978-84-339-7211-8



Hay cosas que cada vez me pasan menos, por ejemplo, poner la radio y que una canción me sorprenda y me haga mirar el mundo con otros ojos. Este libro (novela, testimonio vital, tampoco hay mucha diferencia) es una de esas cosas que no pasan muy a menudo.

Premio Nacional de Narrativa, Giralt Torrente escribe en esta obra sobre su relación con su padre en una época de tránsito, cuando su padre había fallecido y esperaba el nacimiento de su hijo. Es un tema difícil, sería fácil caer en tópicos y en sentimentalismos, pero el autor reconoce sus límites y sortea todas las trampas de tradiciones literarias y escribe algo que me ha impactado, por honesto, por compasivo, porque la lucha interna que hay que pasar para escribir algo así tiene que dejar huella en el espíritu, recuerdo de una batalla victoriosa. 

Hay un juego de espejos en esta obra, donde se refleja la luz del escritor en el espejo de la madre, del padre y en el del abuelo; y la luz del padre se refleja a su vez en su propio padre y en su hijo. Todos estos reflejos son las similitudes, las diferencias, el parentesco y los momentos vividos. Hace que uno se pregunte: ¿qué forja una relación? ¿Qué tiene más importancia? ¿Qué salvar, qué proteger, qué perdonar? 

El lector puede ir cambiando de espejos y de perspectiva conforme avanza la narración, volviéndose el plano más largo, lleno de detalles, recordando a La ventana indiscreta de Hitchcock. Pero lo más impresionante es que sabes que todo lo que estás leyendo es real. No hay artificio literario ni figura retórica, ya se sabe cuál será el final desde la primera página -como tantas cosas se saben antes de vivirlas. No hay argumentación ni moraleja, tan sólo vivencias, empatía y un intento de ser algo mejores que lo que se presupone a nuestra triste condición humana. 

No entiendo cómo no he sabido antes de este libro. No he oído a nadie que me haya dicho "¡Me encanta este libro, tienes que leerlo!", no he visto carteles ni anuncios. Casualmente leí una opinión en un artículo literario en el que citaban una frase del autor y, tras buscar y leer las primeras páginas, necesitaba leer el resto. Va por la 4ª edición desde que fue publicado en mayo de 2010 y, qué quieren que les diga, me parecen pocos ejemplares. No recuerdo cuándo fue la última vez que un libro me conmovió tanto y me recordó por qué escribo. Esta obra es la prueba de que las palabras tienen un poder que se subestima, que la literatura no debe servir sólo para evadirse, sino para comprender mejor la realidad y ganar algo de perspectiva en la vida. Leyendo este libro he pensado en cosas que aún no me han tocado vivir, pero que me tocarán. Y espero tener el valor de vencer a mis demonios y de escribirlas cuando llegue el momento.

Quería cerrar esta entrada con alguna cita, pero el libro entero es subrayable. He doblado las esquinas de tantas páginas que he dejado mi ejemplar hecho un acordeón. Así que cierro la entrada como el autor cierra el círculo de esta narración, dejándoles buen sabor de boca con una de mis conclusiones preferidas: somos hijos del azar, al igual que lo fueron nuestros padres y lo serán nuestros hijos, y aceptando que el futuro es incierto y que el pasado no se puede cambiar, la mejor carta que tenemos es la de intentar ponernos en el lugar del otro. Porque nuestros padres también fueron hijos que culparon de cosas a sus padres, pero en algún momento se presentó la oportunidad de absolverlos, de comprenderlos, de amarlos. La vida tiene fecha de caducidad, pero lo que no caduca es la capacidad humana de perdonar.