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sábado, 15 de octubre de 2016

Por qué Bob Dylan sí merece el Nobel de Literatura


Hay muchos escritores, cantautores y poetas que nunca ganaron ningún premio y murieron pobres como ratas. Algunos aún siguen siendo desconocidos (¡y desconocidas!) o conocidos por una minoría. Partiendo de la base de que los premios son simplemente una ayuda publicitaria y económica para reconocer el talento de alguien, es justo decir que el premio Nobel ya no significa lo que significó en otra época, como cuando se lo dieron a Ramón y Cajal o a Marie Curie. También podemos señalar que los Nobel son algo rancios y que de los 809 premios entregados hasta la fecha, sólo 35 se lo han llevado mujeres (aquí la lista). Pero no voy a hablar de lo agrio que está resultando este año 2016, que ya estamos muy cansados. Voy a argumentar por qué Bob Dylan merece ganar este o cualquier otro premio.


Qué se premia

Hay artistas que trascienden la disciplina en la que se especializan o por la que son más conocidos, y Dylan es uno de ellos. Siempre ha sido un curioso que ha preferido experimentar y reinventarse, y siempre ha intentado hacerlo buscando verdades. ¿Dónde está la controversia de que un músico y compositor gane un premio literario? Los premios Nobel sólo tienen seis categorías: Medicina, Física, Química, Economía, Paz y Literatura. No tienen una de Humanidades, Letras o Artes en general. Una persona que compone la música y la letra de una canción y además la interpreta, es compositor e intérprete. Si el proceso creativo de escribir versos, componer la música, tocar y cantar una canción no se puede disociar y repartir en categorías del Trivial Pursuit, el talento de la persona tampoco. No recuerdo esta controversia cuando, por ejemplo, le dieron el Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Leonard Cohen. ¿Se quejó alguien porque Cohen nunca fue a un conservatorio, ni ha destacado por su voz? No, porque es un excelente poeta, cantautor y músico autodidacta (por cierto, Cohen dio este mítico discurso lleno de gratitud hacia España que siempre me anima a seguir escribiendo). Vale, habrá quien argumente que la poesía de Dylan es demasiado simple o popular o no tan excelente como la de otros grandes escritores, pero es así como se ha convertido en un referente y en parte de la Historia. Se premia algo más que la calidad literaria, apreciada por unos pocos que han tenido la suerte de estudiar y aprender; se premia que el mensaje expresado ha trascendido el medio utilizado. Se me cae el alma a los pies cuando leo que la gente escribe cosas como: “Dylan se merece ganar un Grammy, no un premio de escritores”. ¿Qué mierda de afirmación es esa? ¿De verdad vamos a encasillar y a separar las disciplinas artísticas? ¿En qué categoría premiaríamos hoy a Homero, Dante o Da Vinci? 


La herencia de Bobby

Los poetas griegos se encomendaban a las Musas y a los Dioses para dar con el verso adecuado. Los bardos de la Edad Media y del Renacimiento cantaban romances, cantares de gesta y cultura popular (¿el primer folk?). Los poetas románticos preferían morir honestamente y enamorados que vivir como mentirosos, y los poetas del siglo XX han tenido una herencia muy intensa de asimilar, especialmente los norteamericanos que vivieron las consecuencias de la Guerra Civil y de dos guerras mundiales. Robert Allen Zimmerman nació hombre blanco y judío en Minnesota, un territorio que había sido arrebatado a los sioux hacía menos de un siglo. Minnesota tiene el sobrenombre de Tierra de los Diez Mil Lagos. De la épica norteamericana podemos hablar durante horas; sólo con ver cómo anuncian cada uno de sus estados os podéis hacer una idea de lo que les gusta contar historias. La generación de los padres de Dylan quedó muy marcada tras superar la Gran Depresión y regresar de una guerra que afectó a gran parte de la población de estrés postraumático, trastorno que ni se había diagnosticado ni tenía nombre todavía. Los hijos de esta generación perdida fueron los poetas beatnik de los años 50, que sembraron lo que cristalizó en los años 60. Bob Dylan lee a los románticos y a los beatnik, es heredero del folk de tierras baldías, de paisajes extensos cortados por vías de tren, de inmigrantes occidentales que ahora son los autóctonos que echan a nuevos inmigrantes, y crece escuchando a las grandes voces negras que cantan blues contra la opresión. 

Dylan siempre ha sido consciente de su herencia histórica y de su privilegio, e incluso cuando ha intentado mantenerse al margen de etiquetas y mensajes políticos, siempre ha obrado de forma responsable haciendo uso de ese privilegio para denunciar algo ante lo que uno no podía callarse (¿os acordáis de la canción Hurricane?). Aunque veladamente y en clave poética, en sus canciones hay un tema constante que las hace inevitablemente políticas: la denuncia de las diferencias entre seres humanos, el sufrimiento de los que tienen menos contrastado con el cinismo de los que tienen más. Quizás Bob no tenía esperanza de encontrar solución a este eterno problema humano (de ser así, ya le habrían dado el Nobel de la Paz), a él sólo le importaba buscar la verdad, la virtud, lo genuino… lo que flota en el viento. Nunca quiso dedicarse a la canción protesta, ni ser la voz de una generación y prefería mandar a la prensa a freír espárragos que hacer lo que le dijeran, aceptar etiquetas o explicar el mensaje de sus canciones y, sin embargo, trató siempre de hacer lo que consideraba ético y sincero. 




La originalidad vs. la universalidad

No hace falta decir llegados a este punto que Dylan sabe escribir muy bien. Pero nadie nace enseñado. También se le cuestiona la autoría de muchas de sus letras y se le echa en cara que ha bebido tanto de cantautores y poetas anteriores a él que los ha acabado “plagiando”, ya fuera de forma consciente o inconsciente. Aquí entramos en dos temas: la universalidad de los temas literarios (no pertenecen a nadie y por tanto todo el mundo copia a todo el mundo) y la coyuntura que vivió Dylan cuando empezó a cantar. Del primer tema paso de hablar, porque el propio Dylan ha sido muy sincero a la hora de hablar de sus influencias, ¿cómo prescindir de ellas? Habría que quitarle el mérito a todo artista que jamás haya creado algo. Decidme de un artista analfabeto, ciego y sordo que de repente recuperase todos sus sentidos y crease una obra magistral, sin ver ni oír ni aprender de ningún artista anterior. Pues eso, que hasta Cervantes copiaba, y como todos los genios, copiaba muy bien. Más sobre este tema en esta TED Talk que utiliza como ejemplo algunas letras de Dylan y de los clásicos del folk de los que aprendió: 



En cuanto al momentum, Dylan llegó demasiado tarde para pertenecer a la generación de artistas que admiraba. Cuando empezó a tocar, llamaba la atención que alguien tan joven quisiera formar parte de un género marginal que parecía sólo interesarle a los nostálgicos. Que Dylan se hiciera famoso y muchos otros poetas anteriores y contemporáneos cayeran en el olvido puede ser injusto, puede ser cruel, pero desde luego no es culpa de Dylan ni le resta mérito a sus logros. La escena final de la película “Inside Llewyn Davis” (Coen & Coen, 2013) ilustra esto de maravilla. Un músico que tiene muy mala suerte, a pesar de su mucha experiencia y talento, las pasa canutas durante toda la película hasta que le echan a patadas de un bar. Mientras, sube al escenario un joven al que no se le ve la cara, pequeño, con el pelo revuelto, una guitarra y una armónica, que empieza a tocar una versión diferente de un viejo blues. Como dicen en la película: si la canción te suena, pero no es nueva ni vieja, es una canción folk. Sin el trabajo de Dylan y sin la polémica de los críticos musicales que le echaban en cara "apropiarse" del trabajo intelectual de los clásicos (ay, la propiedad y los americanos), muchos cantautores, poetas y músicos no habrían sido rescatados del olvido y escuchados hoy en día. La gran paradoja es que Bob Dylan quería cantar de forma anónima, quería resucitar a los maestros del folk y sus historias, y lo intentó llevar a cabo pasando desapercibido. Pero no funcionó, se perdió en la fama, se reencontró y sobrevivió, siguió creando y disfrutando de nuevas etapas creativas y ahora es una página de la Historia y forma parte de la narrativa épica del American dream, algo que no le gusta ni al propio Dylan. 

El lenguaje que emplea es tremendamente sencillo (nunca simple) y se puede interpretar de muchas maneras, como suele pasar con la buena poesía, y al final acabas reconociendo la forma de hablar porque utiliza frases cotidianas que le suenan a todo el mundo. Como bien describió su hijo Jakob uno de sus álbumes, el Blood On The Tracks de 1975: “Es mi padre hablando”. Luego analizas con más profundidad y encuentras historias universales escondidas en otros planos de la misma canción.


El genio de Bob Dylan es indiscutible, pero se discute y se critica porque sigue vivo, algo inusual en artistas de su generación, y porque nunca jugó a las reglas de los mass media. Le han criticado siempre, durante toda su carrera, sin importar lo que hiciera. Si innovaba le llamaban excéntrico, si hacía lo de siempre, decían que se había estancado. Le criticaron cuando estaba drogado y también cuando se limpió de todo y estuvo sobrio. Le criticaron por nihilista, por agnóstico y también por su fe. Si rechazaba un contrato o un premio era un arrogante, si lo aceptaba, un vendido. A pocos artistas (de los buenos) le han metido tanta caña como a Dylan. Acepte o rechace este premio, le van a llover por un lado o por otro. Pero lo cierto es que a él ya le da igual todo. Está en otra liga y siempre lo estuvo. 

Para aquellos que siguen pensando que escribir literatura y escribir canciones son categorías, les recomiendo que vean el documental No Direction Home (Scorsese, 2005) y que si no tienen tiempo para escucharse todos los discos de Dylan, que al menos lo intenten con Highway 61 Revisited, Blonde On Blonde Blood On The Tracks, leyendo las letras. Luego decidme que no sabe escribir. 


Ojalá muchos otros escritores reciban el reconocimiento que tanto merecen, pero ese es otro asunto.