Páginas

sábado, 26 de enero de 2013

"Escribí, escribí sólo para no morirme"


Pregúntale al polvo. 

John Fante (1939).

Editorial Anagrama, colección Panorama de narrativas (2001)
205 páginas,  7,90 €.
ISBN 9-788433-969415

Prólogo de Charles Bukowski (1980).


A veces te encuentras descubriendo a algún gran autor norteamericano, que en mi opinión es una nación afortunada por no tener un Cervantes y seguir buscando su novela definitiva. Yo no podría elegir, si os digo la verdad. Me quedo con H. D. Thoreau, Poe, Melville, Scott Fitzgerald, Salinger, y con Bradbury, Asimov, con John Kennedy Toole, y con Bukowski, Kerouac, Paul Auster.... 

En fin, ¿quién puede elegir? Que me diga cómo. 

Y un amigo me descubrió a John Fante. O a Arturo Bandini, como prefieran llamarle, un norteamericano de origen italiano que retrató la ciudad de Los Ángeles como nadie. Pues bien, no me lo recomendó exactamente, sino que me dijo "No me está gustado mucho, es demasiado tópico", pero al leer el prólogo de Bukowski, no me quedó más remedio que empezar a leer.

Quizás hoy nos puede resultar algo tópico la trama o el carácter de los personajes, pero en su época, Bukowski se sorprendió. Y no creo que fuera un hombre fácil de sorprender. 

Arturo es un escritor italoamericano, a ratos orgulloso de sus orígenes, a ratos avergonzado porque se siente aislado. Sólo ha publicado un cuento en una pequeña revista, pero le basta para presentarse como escritor, regalar ejemplares de su cuento a cualquiera que quiera leerlo o fantasear con ser un escritor de renombre. El ego: esa versión maligna, vanidosa, ciega y sorda de nosotros mismos.


Idolatra a su editor e inspirador, de alguna forma una figura paterna para él: J. C. Hackmuth (hago notar que los yanquis le dan una especie de importancia mística a los nombres compuestos, no sé por qué, pero les encanta). Y tenemos la ciudad de L.A., un gag hecho ciudad, lleno de gloria y pobreza, como puedes comprobar al pasear por sus bulevares malditos, sus clubs nocturnos y conociendo a sus mujeres. Ah, sus mujeres. 

En fin, esta ciudad ofrece a Bandini (a Fante, a Bukowski) comprender el miedo, la farsa y el contraste de todas las contradicciones reunidas en una ciudad.

“He vomitado al leer su prensa, he leído sus libros, observado sus costumbres, comido su comida, deseado a sus mujeres, abierto la boca ante el arte que producen. Pero soy pobre, mi apellido termina en vocal, me odian a mí y odian a mi padre, y al padre de mi padre, y si por ellos fuera, me sacarían la sangre, me sacrificarían, pero ya son viejos, agonizan al sol y en el polvo tórrido del camino, y yo soy joven y estoy lleno de esperanzas y de amor por mi patria y mi época, y cuando te llamo hispana y aceitosa, no te lo digo con el corazón, sino por el resabio de una antigua herida, y siento vergüenza por el daño que te he hecho”. 

Nuestro Arturo es un veinteañero, algo pardillo, pero no inocente del todo. Su actitud a veces bipolar me ha arrancado alguna que otra sonrisa, ya que todos hemos sido presa de nuestras propias contradicciones alguna vez. Sabemos lo que está bien y lo que está mal, pero a veces nos cansamos de hacerlo todo bien, y a todo ser humano le viene bien cometer errores de vez en cuando, disfrutar de esa sensación de vértigo en el estómago cuando te sabes en el lugar equivocado y en el momento equivocado.

Así que los personajes de las mujeres y cómo las ve Bandini en diferentes momentos de la historia nos puede dar una idea aproximada del carácter contradictorio y sensible de este escritor de tres al cuarto. Está Camila, la camarera, a veces musa inspiradora y amor épico, y a veces rata de alcantarilla hispana. La mujer redentora es la madre que le envía dinero cuando pasa por dificultades, a la que quiere mucho, pero es un punto de unión entre lo sagrado (Virgen María) y lo profano (luego se gasta el dinero en irse de copas). Y no olvidaré a Vera Rivken, la mujer sabia y herida, que conseguirá inspirar a Bandini lo suficiente como para que se siente delante de su máquina de escribir para algo más que para escribirle cartas a Hackmuth. 

Y, por qué no considerarlo mujer, el mar. Es un umbral a otro mundo, el que da la vida y la quita, y para un italiano ha de ser imposible olvidar su relación con el mar, que juega una parte esencial en la historia. 

También utiliza una palabra que hoy en día está en desuso por no ser políticamente correcta: razaLa raza, ¿creéis que sigue existiendo? Los científicos dicen que desde que terminó el proceso colonizador y empezó la globalización, estamos todos tan conectados que ya es casi imposible hablar de razas, sino de etnias o grupos culturales. Pero en Los Ángeles en los años treinta la gente era pobre y había razas. Los apellidos terminaban en vocal, la vergüenza se escondía, el orgullo se fingía, las apariencias se guardaban. Todo esto es lo que forma parte del American dream.

Y nuestra historia termina en el polvo, en lo que pudo ser y nunca será, y en el desierto, que siendo el opuesto del mar, es algo mucho peor. Fante nos dice que el desierto es la pérdida, una nada más terrible que la muerte.

¿Qué sentido tiene la vida de Arturo Bandini, si polvo fuimos y en polvo nos convertiremos?

Quizás no tenga ninguno. Quizás Bandini tenga cierto talento encontrando la belleza en la basura, como Baudelaire, que sabía que en la basura las flores crecen con más fuerza. Quizás no tenga sentido la vida de nadie y bien le vendría al planeta un cataclismo. Puede ser. La belleza seguirá existiendo sin Fante y sin Bandini, pero ellos pudieron vivir gracias a la belleza. Y recuerdo una frase de Neruda que, hasta la fecha, es la mejor excusa que he encontrado. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario